Escribir
- Macarena Sol Ismach
- 10 feb 2018
- 1 Min. de lectura
Desde que somos chiquitos nos enseñan a escribir.
Primero nuestro nombre, después mamá, papá, casa, perro y los días de la semana.
A partir de ese momento no paramos de escribir más.
Primaria, secundaria y universidad escribiendo todos los días de nuestras vidas.
Copiando de pizarrones, tomando apuntes, pero algunos, en determinado momento de nuestra vida, empezamos a escribir por decisión propia. Porque necesitamos dejar plasmado en algún lado lo que nos pasa por la cabeza y el corazón.
Desde chiquitos empezamos escribiendo a mano, primero con lápiz, después con lapicera de pluma y recién después de eso nos dejan pasar a la birome común y corriente.
Cuando sos adulto, escribís con lo que encontras y donde sea.
En cualquier hoja en blanco, en una servilleta, al dorso de una factura o ticket; en un word, en drive, en un blog o en una red social.
Pero creo que nada se compara con ese momento en el que te enfrentas a la hoja en blanco.
El papel y la lapicera tienen algo indescriptible. Es mística, no se explica con palabras. Hasta las personas más modernas y tecnológicas no pueden justificar por qué preferimos escribir a mano ciertos textos.
El papel se puede perder igual que se puede borrar el archivo de la computadora. No lo podemos explicar pero nos sigue pareciendo más emotivo el recibir una carta escrita a mano que una hoja impresa con un texto escrito en word.
Quizás dependa de las generaciones. Quizás en unos años, ya nadie escriba a mano. Hoy no lo sabemos.
De lo único que estamos seguro es que escribir, en el formato que sea, es dejar plasmado algo para siempre.
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